Ahora que el otoño ya se ha instalado del todo he encontrado como si de un tesoro se tratara estos recuerdos que llegan de muy lejos y me acarician el alma y se cuelan de puntillas y que ni tan siquiera recordaba que existian.Cuando era niña, mi tía tenia un taller de bordado, con sus sillitas bajas y su suelo de madera, estaba en la galería de la casa, cuando las galerías en los pueblos de montaña eran grandes espacios inundados de luz y en un rincón la estufa de carbón y desde la cocina llegaban los olores del arroz con leche, de las manzanas y las castañas asadas, de los frisuelos, del azúcar convertido en caramelo sobre el mármol de los fogones que mi abuela preparaba añorando su tierra Asturias, y fuera la nieve pero dentro todos los colores, los hilos y los bastidores y las conversaciones a media voz, como de grandes secretos, y yo que entonces no comprendía y jugaba entre los hilos y las cintas de colores guardaba en mi “mandil” el punzón y el librillo de las agujas hecho de fieltro y el acerico que se comía las agujas, y las maquinas de coser de pedal sonaban como una hermosa y suave cantinela que me producía sueño. Y me dejaban rebuscar entre las telas y mi bastidor forrada la madera de tela blanca como si fuera una herida, ese bastidor que aún conservo y que tiene un pequeño cajón de madera azul en su parte baja.
12 nov 2007
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